Aquells episodis en que tothom parlava del temps que feia.





dimecres, 20 de juny del 2012

Gener de 1898. La riuada de Sant Antoni. La crònica

La comarca que més va patir la gran inundació del Gener de 1898 va ser el Baix Llobregat. Aquí deixo dos testimonis de primera ma.

En primer lloc, el corresponsal de La Vanguardia a L'Hospitalet en una carta que va remetre al seu director y publicada pel diari el 17 de Gener de 1898. Seguidament, uns periodistes de la redacció de la mateixa publicació, llavors amb domicili a la Rambla dels Estudis, número 7, són enviats, junt el fotògraf Fernando Rus, a veure la catàstrofe en directe. La seva crònica es publica el dia 18 de Gener.


Hospitalet de Llobregat 16 enero 1898.
Señor Director de LA VANGUARDIA.

"El aterrador fantasma, el azote de los pueblos del bajo Llobregat, que tantas veces ha llevado el luto y miseria al seno de innumerables familias, formando cuadro de desolación y ruina, ha vuelto á aparecer con todos sus horrores, asolando de un modo terrible esta comarca, cuyos moradores en su generalidad, cifran su subsistencia en los productos de la tierra.

Tres semanas de continuadas y en ciertos momentos, torrenciales lluvias, han sumido en la miseria, á la numerosa clase de obreros agrícolas, que no tienen otros medios para proporcionar á sus hijos el sustento diario que el laboreo de las tierras, viniendo á aumentar el desastre la salida de cauce del caudaloso Llobregat, que ha invadido y continúa á estas horas invadiendo todos los pueblos de esta comarca.

Cerca de 30 años ó quizá más, señor Director, si mal no me han informado, han discurrido sin tener que lamentar los pueblos de esta ribera el mal en la proporción que hoy lo lamentan y tener que llorar las cuantiosas pérdidas que están experimentando, pérdidas materiales tan solo hasta ahora que son las ocho de la mañana, pero que Dios quiera no haya de personales, desconocidas en todo caso hasta el presente á causa de la incomunicación en que está la gran barriada de Marina de este término.

La iniciativa particular y sólo ella desgraciadamente, sin auxilio alguno oficial, empleando importantes capitales en levantar terraplenes en los álveos fluviales, en construir espigones de defensa y márgenes, ha logrado contener por mucho tíempo la corriente en su natural cauce; pero ante la fuerza incontrastable del gran caudal de aguas que han aportado al río sus afluentes y los innumerables cauces secundarios, dado lo general que han sido las lluvias en la comarca catalana, han debido ceder aquellas defensas, rebasándolo todo la corriente y convirtiendo la rica vega del bajo Llobregat en charca inmensa de agua, lodo y ruinas, desde Molins de Rey al mar y hasta la misma base de la montaña de Montjuich, desapareciendo en pocos momentos de la huerta hospitalense, parecida, por sus productos, aunque en menor escala, á la valenciana, productos cuantiosos que, afluyendo al mercado barcelonés, estaban destinados á proporcionar el sustento de centenares de familias.

No han sido suficientes, ante el embate terrible de la corriente, los heroicos esfuerzos del vecindario de estos pueblos, secundados por todas las autoridades locales: todo ha sido inútil para evitar la desgracia.


Hacía ya dos días, según nos informan, que los términos municipales de San Feliu y San Juan Despí, experimentaban los efectos de la salida del río de madre, siendo anegadas sus mejores tierras de cultivo: ayer tocó el turno al pueblo limítrofe de Cornelia, que en masa acudió, según nos manifiestan, á la voz y llamamiento de su alcalde y autoridades, á la defensa del terraplén hace años construido, y si se nos permite decirlo, quizás poco apreciado, y en este caso con poca razón, por algunos; pero la buena voluntad de los esforzados vecinos que allí acudieron haciendo esfuerzos verdaderamente heroicos, para contener el terrible elemento, se estrelló ante la fuerza de la corriente que ha ido creciendo en ímpetu y caudalosa, alimentada por 24 horas seguidas de pertinaz lluvia, y el pueblo y sus campos, y más tarde á las primeras horas de esta madrugada, toda la llamada Marina de esta villa, de suelo feraz y lleno de productos que eran para dentro pocas semanas la esperanza del labrador y las ciento y pico de casas que en su perímetro están edificadas, hánse convertido, no en lago, en mar inmenso, apenando el corazón sólo el considerar las tristes consecuencias, los calamitosos efectos que ha de traer consigo, para estos vecindarios, tamaña catástrofe.

De importancia suma han de ser los daños materiales y las pérdidas ocasionadas; basta solo decir, para el que conozca este término, que la corriente ha llegado por el límite Poniente del distrito, hasta cerca el establecimiento militar llamado «Remonta de Artillería» y por el Sur hasta la parte inferior del cementerio vecinal llamado de la Riereta, en donde empieza el núcleo urbano de la villa, quedando verdaderamente amenazada la parte baja de la misma, por poco que aumente la avenida, cosa que consideramos posible si en la tarde de ayer y noche última ha llovido en la alta montaña y por continuar el tiempo metido en aguas.

Hasta ahora que son las nueve de la mañana, no ha venido noticia de desgracia alguna personal en este término; pero no puede afirmarse que no hayan ocurrido, pues existe verdadera incomunicación entre la barriada de Marina y el cásco de la población. En esta se susurraba á primeras horas de la mañana que en San Juan Despí había que lamentar algunas desgracias personajes. ¡Haga Dios que no se confirme la noticia!

Muchos vecinos de la parte alta de Cornellá han venido á aprovisionarse en los establecimientos de esta villa, á causa de la incomunicación en que se hallan con la calle mayor de aquel pueblo, convertida en verdadero cauce.

Posteriores noticias me indican que hay casas en el barrio de Marina que el agua alcanza una altura de 18 palmos.

He sabido posteriormente que la celosa autoridad de Marina de Barcelona pone y remite á disposición del alcaide varios botes ó lanchas tripuladas por marinos expertos para prestar los auxilios que sean necesarios.

Se ha personado también en la población á primeras horas de la mañana fuerza de la guardia civil montada del puesto de Sans, que ha salido á prestar los auxilios de su instituto.

Al señor Gobernador civil le tiene al corriente el alcalde, por teléfono de cuanto ocurre.

Han comunicado de San Baudilio, también por teléfono, que la corriente se ha llevado una gran parte del puente que cruza el Llobregat.

Dicen que en Cornellá han ocurrido asimismo desgracias personales: no me ha sido dable confirmar la noticia, pero si que la población ha sufrido mucho. El alcalde y concejales, secundados por los dependientes municipales, han permanecido en la Casa Consistorial, dictando acertadas disposiciones y organizando los auxilios que han, podido hallarse á mano.

Se me ha dicho que en el pueblo de Cornellá la guardia civil y mozos de la escuadra ponían en salvo á los vecinos de casas inundadas, sacandolos por las ventanas.
A las diez de la mañana llega la aterradora nueva de que aumenta el caudal del río.
A las doce han noticiado de la capital que salen varias lanchas con sus tripulantes para ésta.

Si adquiero otras noticias las comunicaré á usted.
Se repite de usted atento s. s.
q. b. s. m.

El corresponsal."


"A las tres de la madrugada recibimos del director el encargo de marchar al llano del Llobregat para recoger la impresión personal y directa del alcance de la inundación en el lugar mismo de la catástrofe.

Sin descansar ni un instante empezamos los preparativos de la expedición, que se reducían á buscar el medio de transportarnos al sitio indicado. Ya sea por la hora intempestiva, por la noche tempestuosa, ó por ser ayer la fiesta con que los caleseros festejan á su patrón el glorioso San Antonio, lo cierto fue que no pudimos proporcionarnos ningún carruaje, ni potro alguno para emprender la marcha.

Las horas que quedaban de la noche penúltima las anduvimos de Ceca en Meca, buscando un medio de locomoción que todas las circunstancias hacían difícil de encontrar.

La del alba seria, cuando logramos ajustar un malhadado carro que á poco quedó puesto para nuestro objeto y á cuyas molestias y deficiencias oponíamos nuestro buen deseo y un ánimo que no se achicaba ante la perspectiva de acogernos en el desvencijado costillaje del carrucho.

En compañía de nuestro distinguido amigo don Fernando Rus, emprendimos la marcha por la carretera de Sans, que estaba convertida en un interminable lodazal.

El día se presentaba lluvioso y los plomizos celajes daban un aspecto siniestro á aquel paisaje que há poco se presentaba lozano y floreciente.

A medida que íbamos adelantando camino adentro, por el llano del Llobregat, el terreno íbase haciendo más intransitable y el aspecto de aquellos caseríos con sus paredes empapadas de agua, sus puertas tapiadas hasta una altura de mas de un metro y sus cuadros de verduras arrasadas y alicaídas, hacía presagiar los efectos de la tormenta, que á medida que adelantábamos eran más evidentes y más desconsoladores.

Ya desde allí el paisaje se veía cortado por franjas de agua que cubría las plantaciones bajas y rodeaba con sus manojos de maleza los troncos de los árboles y las vertientes de los terraplenes.

Después de una marcha de más de dos horas, á trechos en el carro, á ratos caminando con fatiga y teniendo que poner en práctico mil recursos de momento, logramos llegar al pueblo de Hospitalet. La noche anterior sus calles eran verdaderos ríos de rojiza corriente; á la hora en que llegamos el agua había bajado de nivel, pero arrastrando consigo todo el afirmado del pavimento y dejando el piso sembrado de escombros y de grava sin ligazón, que resbalaba á la presión del pié y hacía dar tumbos á cada paso.

En la plaza mayor, frente á las Casas Consistoriales, montadas sobre dos carromatos había dos barcas dispuestas á ser lanzadas á la corriente para auxilio de las masías vecinas.

Todos los moradores de aquellas casas, de construcción sencilla y generalmente de dos pisos, se ocupaban en desalojar las habitaciones de la planta baja, mientras numerosos grupos que habían acudido de los alrededores comentaban los sucesos que conocían y ansiaban enterarse de las novedades que se recibieran.

A la primera hora de la mañana el alcalde de Hospitalet don Juan Herp y Badía, con un celo y actividad dignos de todo elogio, había salido en una de las lanchas que el Gobernador señor Larroca había hecho destacar de la Capitanía del Puerto y que por tierra fueron allí trasportadas para las necesidades más urgentes.

Desde la terraza de las Casas Consistoriales un hombre provisto de un catalejo aguardaba la señal que le hicieran los navegantes para acudir en su auxilio.

Estos, después de una travesía penosísima, lograron llegar al Prat y viendo la situación desesperada de este pueblo y los múltiples puntos que reclamaban pronto auxilio, izaron la bandera en la torre de la iglesia.

La corriente había socavado los postes del teléfono y del telégrafo y como la vía férrea está interrumpida, el pueblo del Prat quedó sin mas comunicación que la arriesgadísima de vadear aquel llano que estaba convertido en una balsa inmensa.

Levantóse por tres veces la bandera en lo alto de las Casas Consistoriales de Hospitalet y al punto púsose en marcha el convoy que debía acudir en auxilio de los del Prat.

Componíase de dos carromatos tirados por cuatro caballos cada uno, conduciendo las dos barcazas de la Capitanía del Puerto dotadas de marinos expertos y valerosos, ayudados en sus tareas por los vecinos y por cuantos allí nos encontrábamos.

Nosotros, desatendiendo las advertencias de cuantos allí había, nos empeñamos en embarcar con ellos y con ellos correr los riesgos de aquella empresa cuyos peligros no teníamos para que considerar excesivamente ante el cumplimiento de nuestra misión.

Al cabo de dos kilómetros recorridos con tanta fatiga, llegóse á un punto en que la profundidad de las aguas alcanzaba más de ocho palmos y en que las caballerías negáronse á continuar su camino. Entonces se botaron al agua las dos barcas, mientras fuertes amarras procuraban vencer la fuerza de la corriente; quedáronse los carros en lo alto del ribazo y con esfuerzo desesperado empezó la navegación.

Desde este punto el viaje no fue más que un continuo riesgo.

Las aguas saltaban por cuantos obstáculos se oponían á su corriente, arrastrando árboles, maderas y trozos de muebles, produciendo un ruido imponente y haciendo imposible el vadeo de aquel río sin orillas.

A trechos fue preciso sujetar cuerdas en los troncos de los arboles que quedaban en pie; ora en clavar los remos en el fango de aquel lodazal negruzco, ora agarrarse con los brazos y clavar las uñas en los montones de maleza y de piedras, ó tener que lanzarse fuera de la barca para sostenerla contra la corriente, con agua hasta la cintura y hundidas las piernas en la tierra.


Más ahinco habría sido temeridad que nos habría hecho permanecer aislados, sin poder avanzar ni retroceder, expuestos á no lograr tierra en todo el día y hacer, por tanto, estériles los esfuerzos é inútil la empresa.

Fue preciso retroceder en más de una hora lo que pocos dias antes se anduviera en diez minutos. Cedimos ante la fuerza de la corriente, y ella misma se encargó de lanzarnos entre unas malezas que enredaron la embarcación, y á fuerza de brazos y á fuerza de tiempo pudimos volver á Hospitalet. Allí cambiamos de traje y compramos nuevo calzado, amparándonos otra vez en el carro en que habíamos llegado hasta allí.

Eran las dos de la tarde cuando, sin desayunarnos, tomamos el camino de Cornellá.
El aspecto de este pueblecito era tristísimo, desesperado. Todas las calles estaban cubiertas de agua hasta una altura de cuatro palmos. De un lado á otro había puentes colgantes improvisados con tablones, y todos los infelices vecinos se ocupaban en desalojar los pisos bajos. La noche anterior la Guardia civil tuvo que salvar á los moradores de aquellas casas, sacándolos por las ventanas. Un hombre había ido nadando más de media hora para reunirse con su familia.

Con grandes apuros y el caballo con agua hasta el lomo logramos ganar la cuesta de la estación de Cornellá, y desde allí pudimos contemplar el aspecto del llano.

La casa solariega de la remonta de caballería, la torre del Conde de Bell-lloc, todas aquellas masías, estaban rodeadas de un agua que el viento rizaba en oleaje continuo.

Incomunicado por haberse roto el puente de hierro y madera para el tránsito rodado, San Baudilio se veía envuelto en nubarrones; más cerca San Juan y Hospitalet: allá á lo lejos el Prat y Castell de Fels y Gavá, todo en medio de la gran charca y el lodazal cubriendo el llano y las aguas arrastrando la cosecha...

El cielo gris había cerrado la última claridad de un día triste y fue preciso emprender la vuelta. Con todo no quisimos dejar de aprovechar las últimas horas de aquella jornada penosísima sin apurar el itinerario que la catástrofe nos había trazado.

A buen paso ganamos el camino andado por la mañana, y al trote largo del infeliz caballo, logramos la carretera de Casa Antúnez desde la que el aspecto de la inundación era general.

El mar continuaba alborotado y cenagoso; por la falda de Montjuich habían trazado vertientes accidentadas las piedras que se habían desprendido la noche antes.

Todo tenia el aspecto de miseria y devastación que dejan tras de sí los elementos desencadenados. Daba miedo á los ojos y pesar al alma. La noche cubrió aquel cuadro como si quisiera dar tregua al dolor de contemplarlo.

Cuando llegamos á Barcelona eran más de las seis.

MARCOS JESÚS BERTRÁN."

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